Por la tarde dibuj茅 el patio. El tronco de un 谩rbol podado, un estanque vac铆o y una cuerda con la colada goteando a causa de la lluvia ofrec铆an una nueva imagen de los jardines persas. Al fondo se alzaba un pabell贸n para el verano, pero tan pronto como apoy茅 el l谩piz sobre el papel para dibujarlo, todo el edificio se vino abajo. A partir de ese instante se han escuchado otros derrumbamientos. Como material de construccion, el barro de Delijan es incompatible con el mal tiempo.

Robert Byron. Viaje a Oxiana

Fotos del autor hechas durante el viaje, aqu铆 y aqu铆.



pimienta

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Llegaron a La Habana,
pasajeros del mismo avi贸n,
compa帽eros de asiento,
charlando esas trivialidades
de los viajes largos.
Ella escondi贸 la c谩mara,
compr贸 pizzas infames,
emple贸 monosilabos
para ocultar su acento.
脡l hablaba muy alto
y sonre铆a por todo,
visit贸 los hoteles,
falsific贸 el asombro,
alquil贸 un auto.
Ella entr贸 en el Mercado,
mont贸 guaguas,
vio las constelaciones
desde el Malec贸n,
compr贸 y bebi贸 aguardiente.
脡l pag贸 a las muchachas,
dio propinas,
hizo feliz a un ni帽o
con chicles y bol铆grafos,
fotografi贸 las colas y las casas.
Un dia antes de irse
coincidieron en un portal
de la Plaza de Armas,
solos, tarde en la noche.
Y no encontraron nada que decirse.

Alexis Diaz Pimienta



Salida del pabell贸n de agudos

y saliste en pijama y zapatillas
luego el chaquet贸n de tu hermano
y unas botas negras con cordones tambi茅n negros
te devolvieron sin m谩s a la vida

t煤 tambien eras el paisaje
las flores y las hierbas m谩s menudas
en una esquina del patio
la habitaci贸n llena de humo
el insomnio fiel que dibujabas
desde el temblor del trazo
hasta la angustia
en el l铆mite mismo
de esos rostros del pabell贸n de agudos
con quienes conviv铆as

eran dias tristes y noches con dolor
pero ya est谩s libre de la verg眉enza
de sobrevivirte a ti mismo
alta terap茅utica o voluntaria huida
hasta encontrarte en ti desde tan lejos
aqu铆 donde comienza el mundo
hazte volver regresa
asciende al gozo m谩s alto
la vida es una excusa para amar la vida
y ordenar el caos de los d铆as mas cr铆ticos
no te derrumbes mantente firme a la espera
vuelve hacia atr谩s y escucha
como surge esa luz al final del camino
hazte valer en ella
y en ella recon贸cete en calma

ANGEL CAMPOS PAMPANO
Lisboa, 18 de mayo de 2007

Domingo y Angel han muerto con mes y medio de diferencia. Quedamos m谩s solos.

M谩s cosas en BOEK, revista de poes铆a visual.



educaci贸n

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I. Instrucci贸n no es lo mismo que educaci贸n: aqu茅lla se refiere al pensamiento, y 茅sta principalmente a los sentimientos. Sin embargo, no hay buena educaci贸n sin instrucci贸n. Las cualidades morales suben de precio cuando est谩n realzadas por las cualidades inteligentes.
II. Educaci贸n popular no quiere decir exclusivamente educaci贸n de la clase pobre; sino que todas las clases de la naci贸n, que es lo mismo que el pueblo, sean bien educadas. As铆 como no hay ninguna raz贸n para que el rico se eduque, y el pobre no, 驴qu茅 raz贸n hay para que se eduque el pobre, y no el rico? Todos son iguales.
III. El que sabe m谩s, vale m谩s. Saber es tener. La moneda se funde, y el saber no. Los bonos, o papel moneda, valen m谩s, o menos, o nada: el saber siempre vale lo mismo, y siempre mucho. Un rico necesita de sus monedas para vivir, y pueden perd茅rsele, y ya no tiene modos de vida. Un hombre instruido vive de su ciencia, y como la lleva en s铆, no se le pierde, y su existencia es f谩cil y segura.
IV. El pueblo m谩s feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucci贸n del pensamiento, y en la direcci贸n de los sentimientos. Un pueblo instruido ama el trabajo y sabe sacar provecho de 茅l. Un pueblo virtuoso vivir谩 m谩s feliz y m谩s rico que otro lleno de vicios, y se defender谩 mejor de todo ataque.
V. Al venir a la tierra, todo hombre tiene derecho a que se le eduque, y despu茅s, en pago, el deber de contribuir a la educaci贸n de los dem谩s.
VI. A un pueblo ignorante puede enga帽谩rsele con la superstici贸n, y hac茅rsele servil. Un pueblo instruido ser谩 siempre fuerte y libre. Un hombre ignorante est谩 en camino de ser bestia, y un hombre instruido en la ciencia y en la conciencia, ya est谩 en camino de ser Dios. No hay que dudar entre un pueblo de Dioses y un pueblo de bestias. El mejor modo de defender nuestros derechos, es conocerlos bien; as铆 se tiene fe y fuerza: toda naci贸n ser谩 infeliz en tanto que no eduque a todos sus hijos. Un pueblo de hombres educados ser谩 siempre un pueblo de hombres libres.
La educaci贸n es el 煤nico medio de salvarse de la esclavitud. Tan repugnante es un pueblo que es esclavo de hombres de otro pueblo, como esclavo de hombres de s铆 mismo.

Jos茅 Mart铆. Obras Completas, tomo 19, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1975, p谩ginas 375-376.



karaghiosis

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Karaghiosis -escribe Theodore-, y el teatro de sombras que lo cre贸, son antiguos los dos. La tradici贸n del h茅roe en el drama es medieval. Sus aventuras rivalizan con las de Tyll Owlglasse en alem谩n, y su lugar en la imaginaci贸n popular es tal que podr铆amos compararlo con el Tarleton isabelino. Perturbador de la justicia social, jam谩s hace algo para enajenar al auditorio, y su licencia pol铆tica es casi absoluta (por ejemplo, pese a la dictadura de Metaxas, Karaghiosis goz贸 de ininterrumpidos poderes de comentario cr铆tico en una 茅poca en que hasta Plat贸n estaba prohibido -o al menos expurgado- en la universidad de Atenas). Es el esp铆ritu del hombre peque帽o, pero del hombre peque帽o griego; es espl茅ndido en la holganza, en pedir dinero prestado y en hacer bromas pesadas a sus amigos, con una fuerte motivaci贸n de ganancia. Es un s铆mbolo corriente de todo el Medio Oriente bajo formas variables. El falo c贸mico, ya lo hemos indicado, se ha traducido en un brazo tan largo y expresivo que casi satisface la teor铆a psicol贸gica de la substituci贸n simb贸lica.

La diversi贸n no es en modo alguno diversi贸n limpia seg煤n las normas puritanas, y nada parecido se permitir铆a en un escenario londinense; pero es esencialmente puro en cuanto es amplio y sin malicia. La lista de personajes que aparecen de tanto en tanto en la mitolog铆a de Karaghiosis es muy considerable; en su propia familia est谩 primero la esposa (Karaghiozaina). Es bastante convencional, en tanto que sus innumerables hijos (Kollitiri) procuran invariable alivio c贸mico sin llegar a distinguirse del pilludo com煤n de la calle. El t铆o de Karaghiosis (Barba Giorgos) es de m谩s severa substancia. Pastor de las monta帽as, usa la fabulosa foustanella y habla el craqueante dialecto de Etolia y Acarnania. Sus enormes bigotes se erizan de avaricia y amistad. Cr茅dulo a veces, es la encarnaci贸n del car谩cter griego. Es un tema f茅rtil. El car谩cter nacional, dice Zarian, se basa en las creaciones del teatro. Huxiey ha observado en alg煤n lado que los ingleses no sab铆an c贸mo deb铆a comportarse un ingl茅s hasta que se cre贸 Falstaff; ahora el car谩cter nacional est谩 tan bien establecido que todo el mundo sabe qu茅 esperar de un ingl茅s medio. Pero 驴y los griegos? Su car谩cter nacional est谩 basado en la idea del hombrecito empobrecido y pisoteado que se aprovecha del mundo por pura astucia. Agreguemos la sal del humor que se burla de s铆 mismo y tendremos al griego inmortal. Un hombre de impulsos, lleno de jactancias, impaciente por la lentitud, r谩pido en la simpat铆a, inventivo y asimilativo. Cobarde y h茅roe al mismo tiempo; un hombre a caballo entre su genio heroico y natural y su desesperanzado poder de raciocinio.

Lawrence Durrell. La celda de Pr贸spero



Como muestra Bajt铆n en su admirable estudio sobre el mundo y la obra de Rabelais, hubo una 茅poca en la cual lo real e imaginario se confund铆an, los nombres suplantaban las cosas que designan y las palabras inventadas se asum铆an al pie de la letra: crec铆an, lozaneaban, se ayuntaban y conceb铆an como seres de carne y hueso. El mercado, la plaza, el espacio p煤blico, constitu铆an el lugar ideal de su germinaci贸n festiva. Los discursos se entremezclaban, las leyendas se viv铆an, lo sagrado era objeto de burla sin cesar de ser sagrado, las parodias m谩s 谩cidas se compaginaban con la liturgia, el cuento bien hilvanado dejaba al auditorio suspenso, la risa preced铆a a la plegaria y 茅sta premiaba al juglar o feriante en el momento de pasar el platillo. El universo de chamarileros y azacanes, artesanos y mendigos, p铆caros y chalanes, birleros de calla callando, galopines, chiflados, mujeres de virtud escasa, ga帽anes de andar a la morra, pilluelos de a puto el postre, buscavidas, curanderos, cartom谩nticas, santurrones, doctores de ciencia infusa, todo ese mundo abigarrado, de anchura desenfadada, que fue enjundia de la sociedad cristiana e isl谩mica -mucho menos diferenciadas de lo que se cree- en tiempos de nuestro Arcipreste, barrido poco a poco o a escobazo limpio por la burgues铆a emergente y el Estado cuadriculador de ciudades y vidas es s贸lo un recuerdo borroso de las naciones t茅cnicamente avanzadas y moralmente vac铆as. El imperio de la cibern茅tica y de lo audiovisual allana comunidades y mentes, disneyiza a la infancia y atrofia sus poderes imaginativos. S贸lo una ciudad mantiene hoy el privilegio de abrigar el extinto patrimonio oral de la humanidad, tildado despectivamente por muchos de 鈥渢ercermundista鈥. Me refiero a Marraquech y a la plaza de Xema谩-El-Fn谩, junto a la cual, a intervalos, desde hace veinte a帽os, gozosamente escribo, medineo y vivo.

Sus juglares, artistas, saltimbanquis, c贸micos y cuentistas son, de modo aproximativo, iguales en n煤mero y calidad que en la fecha de mi llegada, la de la visita fecunda de Canetti y la del relato de viaje de los hermanos Tharaud, redactado sesenta a帽os antes. Si comparamos su aspecto actual con las fotograf铆as tomadas a comienzos del Protectorado, las diferencias son escasas: inmuebles m谩s s贸lidos, pero discretos; aumento del tr谩fico rodado; proliferaci贸n vertiginosa de bicicletas; id茅nticos, remolones, coches de punto. Los corrillos de chalanes se entreveran a煤n con la halca entre el humo vagabundo y hospitalario de las cocinas. El alminar de la Kutubia tutela inmutable la gloria de los muertos y existencia ajetreada de los vivos.
En el breve segmento de unas d茅cadas, aparecieron y desaparecieron las barracas de madera con sus despachos de refrescos, bazares y librer铆as de lance: un incendio acab贸 con ellas y fueron trasladadas al floreciente Mercado Nuevo (s贸lo los libreros sufrieron un cruel destierro a Bab Dukala y all铆 desmedraron y se extinguieron). Las compa帽铆as de autocares sitas en el v茅rtice de Riad Zit煤n -el traj铆n incesante de viajeros, almahales y pregoneros de billetes, cigarrillos y s谩nguiches- se largaron tambi茅n con su incentiva m煤sica a otra parte: la ordenada y flamante estaci贸n de autobuses. Con los fastos del GATT, Xema谩-El-Fn谩 fue alquitranada, acicalada y barrida: el mercadillo que invad铆a su espacio a horas regulares y se esfumaba en un am茅n a la vista de los emjazn铆es, emigr贸 a m谩s propicios climas. La Plaza perdi贸 algo de behetr铆a y barullo, pero preserv贸 su autenticidad.

Juan Goytisolo. La plaza de Marrakesh, patrimonio oral.



cipango

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Nosotros, los actuales habitantes de Cipango
no llegamos en las tres carabelas de Das Kapital
ni remamos s贸lamente hacia el oeste.
Cuando supimos d贸nde est谩bamos
no estar ya era imposible
A nuestros pies gem铆an los cansados remos
las sagradas botas de los descubridores
y todos hablaban de ocultos tesoros
y mapas misteriosos que conduc铆an al futuro
(nada menos que al futuro 煤nico)
Crecimos, envejecimos y no supieron explicarnos
por qu茅 el fango en las botas
por qu茅 el moho en los remos,
qu茅 hacer con los viejos mapas hacia d贸nde.

Alexis Diaz Pimienta

El repentista Alexis Diaz Pimienta fue uno de los grandes descubrimientos del 煤ltimo viaje. Este poema me lo traje apuntado en la libreta.



A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una 茅poca dif铆cil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron l谩grimas
para que no contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmaci贸n, un sue帽o
(el alto sue帽o);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos dif铆ciles
驴algo hay mejor que un par de piernas
para la construcci贸n o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutri贸 de ni帽o,
con su 谩rbol obediente.
Le pidieron el pecho, el coraz贸n, los hombros.
Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.
Le explicaron despu茅s
que toda esta donaci贸n resultar铆a in煤til
sin entregar la lengua,
porque en tiempos dif铆ciles
nada es tan 煤til para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos dif铆ciles
茅sta es, sin duda, la prueba decisiva.

HEBERTO PADILLA. En tiempos dif铆ciles

(Reescaneo en estos d铆as los dibujos de las libretas que dibuj茅 en Cuba. Me vuelven los recuerdos y de por ah铆 sale este poema dur铆simo del tristemente c茅lebre Heberto Padilla)



vistas

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LAS VISTAS DE LA CIUDAD
No soy una persona de esas que lo quieren ver todo y cuando los gu铆as profesionales o amigos me incitan a visitar alg煤n famoso monumento siento siempre un vivo deseo de mandarlos al diablo. Demasiados ojos antes que los m铆os han contemplado at贸nitos el Montblanc, demasiados corazones antes que el m铆o han lado con profunda admiraci贸n en presencia de la Madonna Sixtina. Esas atracciones son como mujeres de condici贸n demasiado generosa; nos producen la impresi贸n de que demasiadas personas han encontrado solaz en su conmiseraci贸n y nos quedamos confusos cuando nos indican, con consumado tacto, que murmuremos en sus discretos o铆dos la historia de nuestras desgracias. Pod铆amos correr el peligro de ser la 煤ltima gota que hace desbordar el vaso. No, si no puedo call谩rmela, lo que ser铆a mejor, contar茅 mi desgracia a alguien que no est茅 tan seguro de decir exactamente lo m谩s apropiado para consolarme.
Cuando estoy en una ciudad extranjera prefiero vagar por ella al azar y si tal vez puedo perder el encanto de una catedral g贸tica, quiz谩 encuentre, en cambio, alguna peque帽a capilla rom谩nica o alg煤n portal renacimiento y alabarme de que nadie se ha preocupado de ellas.

Somerset Maugham. En un biombo chino



madrid

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Cuando yo era todav铆a ni帽o, Madrid, con su rey reci茅n estrenado, era a煤n la vieja capital que encerraba en su recinto estrecho grandes de Espa帽a y mendigos, beatas que so帽aban en cambiar el mundo a fuerza de rosarios, y anarquistas que estaban convencidos de que s贸lo podr铆a cambiarse a fuerza de bombas fabricadas en la cocina seg煤n una receta secreta, garantizada como creaci贸n del mism铆simo Orsini. Sin embargo, la trama de la vida diaria comenzaba a cambiar. Las luces de la ciudad eran como esas alfombrillas para los pies de la cama que tanto encantaba hacer a nuestras abuelas con recortes de trapos viejos y nuevos. Exist铆an las bombillas el茅ctricas de Mr. Edison, peras de vidrio soplado, en cuyo interior se curvaba un filamento negro como un pelo de griego vellud贸n, que se encend铆a con un rojo de cereza y temblaba temeroso bajo los pasos del vecino de arriba. Las calles principales ten铆an arcos voltaicos, encerrados dentro de enormes globos de cristal lechoso, a los que proteg铆a una red de alambre. Inesperadamente, chisporroteaban lanzando sobre el transe煤nte part铆culas de carb贸n incandescentes, parpadeaban al borde de la extinci贸n, y s贸lo se recuperaban bajo un esfuerzo de ruedas dentadas que giraban desbocadas con el mismo ruido que las de un reloj despertador cuyo escape se ha roto. Acababan de instalarse los primeros faroles de gas provistos de la camisa Auer, pero los dos 煤nicos gas贸metros de Madrid no llegaban a suministrar la presi贸n necesaria, y la mayor铆a de las calles ten铆an a煤n los viejos faroles en los que el mechero era un simple orificio del cual surg铆a una llama como una luna diminuta en cuarto creciente, azul en la base, blanca en el borde dentado. La diversi贸n favorita de los chiquillos que viv铆an en calles alumbradas a煤n con quinqu茅s de tubos ahumados era hacer excursiones a las calles m谩s c茅ntricas, gatear la columna del farol y apagar estas llamas rom谩nticas; donde la invenci贸n de Auer hab铆a llegado, el placer era mucho mayor: a pedrada limpia se romp铆an las 鈥渁lmidonadas camisas鈥.

Arturo Barea . Madrid entre ayer y hoy



bombay

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Llegamos a Bombay una madrugada de noviembre de 1951. Recuerdo la intensidad de la luz, a pesar de lo temprano de la hora; recuerdo tambi茅n mi impaciencia ante la lentitud con que el barco atravesaba la quieta bah铆a. Una inmensa masa de mercurio l铆quido apenas ondulante; vagas colinas a lo lejos; bandadas de p谩jaros; un cielo p谩lido y jirones de nubes rosadas. A medida que avanzaba nuestro barco, crec铆a la excitaci贸n de los pasajeros. Poco a poco brotaban las arquitectura blancas y azules de la ciudad, el chorro de humo de una chimenea, las manchas ocres y verdes de un jard铆n lejano. Apareci贸 un arco de piedra, plantado en un muelle y rematado por cuatro torrecillas en forma de pi帽a. Alguien cerca de m铆 y como yo acodado a la borda, exclam贸 con j煤bilo: 隆The Gateway of India! Era un ingl茅s, un ge贸logo que iba a Calcuta. Lo hab铆a conocido dos d铆as antes y me enter茅 de que era hermano del poeta W.H. Auden. Me explic贸 que el monumento era un arco, levantado en 1911 para recibir al rey Jorge II y a su esposa (Queen Mary). Me pareci贸 una versi贸n fantasiosa de los arcos romanos. M谩s tarde me enter茅 de que el estilo del arco se inspiraba en el que, en el siglo XVI, prevalec铆a en Gujarat, una provincia india. Atr谩s del monumento, flotando en el aire c谩lido, se ve铆a la silueta del Hotel Taj Mahal, enorme pastel, delirio de un Oriente finisecular, ca铆do como una gigantesca pompa no de jab贸n sino de piedra en el regazo de Bombay. Me restregu茅 los ojos: 驴el hotel se acercaba o se alejaba? Al advertir mi sorpresa, el ingeniero Auden me cont贸 que el aspecto del hotel se deb铆a a un error: los constructores no hab铆an sabido interpretar los planos que el arquitecto hab铆a enviado desde Par铆s y levantaron el edificio al rev茅s, es decir, la fachada hacia la ciudad, dando la espalda al mar. El error me pareci贸 un “acto fallido” que delataba una negaci贸n inconsciente de Europa y la voluntad de internarse para siempre en la India. Un gesto simb贸lico, algo as铆 como la quema de las naves de Cort茅s. 驴Cu谩ntos habr铆amos experimentado esta tentaci贸n?


Octavio Paz.



pintura

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El verdadero artista necesita diez d铆as para pintar una flor, y un instante para pintar el oc茅ano. 驴Por qu茅? Porque conoce la majestad de lo peque帽o y posee la intuici贸n de lo grande.
Hay un tipo de suavidad para cuya obtenci贸n se precisa toda la vida, y otra que se logra en un momento. Lo mismo puede decirse de otras cosas.
Aquel que sienta pugnar en s铆 la inspiraci贸n, ha de emprender largos a帽os de aprendizaje. Quiz谩 acabe por sospechar que ni espontaneidad ni destreza son suficientes.
Lo dir茅 con mayor claridad: para apreciar en su profundidad un arroyo tendr谩s que haber viajado por cien pa铆ses y le铆do mil libros. Para pintarlo, todo cuanto sepas trabar谩 tu pincel.

Parre帽o. Viajes de un antip谩tico



recuerdos

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El Poeta cultivaba el recuerdo de Madrid, no de la guerra de Espa帽a, que intentaba olvidar, o por lo menos desplazar a un rinc贸n de su memoria en el que no se le acercara de improviso. Quer铆a recordar tan s贸lo Madrid, y en particular la glorieta de Cuatro Caminos, a la que hab铆a llegado por primera vez en la noche, una de las noches m谩s emocionantes de su larga y emocionante vida. Un centro de barrio en el que hab铆a bebido m谩s tarde cubos, literalmente cubetas de vino de Valdepe帽as, y en la que una mujer trat贸 de llevarlo a la cama dejando que hablara por ella un loro.
Ferm铆n dej贸 que corrieran los recuerdos. Esos recuerdos.
Aquella noche alguien dijo 鈥渆s Madrid鈥 y bajaron de los camiones en la glorieta de Cuatro Caminos. La XI Brigada que hab铆a llegado antes hab铆a desfilado por la Gran V铆a, el coraz贸n de la capital. A ellos les toc贸 simplemente recorrer de noche un barrio obrero, pero la noche que ten铆a su magia y su sigilo, fruto m谩s bien del agotamiento y de las incertidombres, fue rota por una mujer que desde un balc贸n dijo suavemente: 鈥淟os internacionales鈥. El susurro se transmiti贸 de ventana en ventana y un tipo apareci贸 en pijama con una bandera roja en la puerta de su casa. Era cojo y reparti贸 generosamente pan. La intendencia de la brigada los hab铆a dejado sin comer desde la salida de Albacete y el pan fue bien recibido. Y luego salieron m谩s mujeres a la calle, con toquillas, mantones sobre el camis贸n de algod贸n, algunas descalzas, y hac铆a fr铆o. Una mujer que dijo que era maestra y ten铆a el pelo muy blanco bes贸 al Poeta en la frente. Luego lo abraz贸 un carnicero. En el recuerdo el Poeta era manco, pero no podr铆a ser as铆, perder铆a el brazo en Teruel, unos meses despu茅s. La memoria es cabrona. Luego volver铆a a Cuatro Caminos. Luego beber铆a los cabos de Valdepe帽as. Esa noche desfilaban como fantasmas rumbo a la Ciudad Universitaria y la l铆nea del frente.

Paco Ignacio Taibo II. Retornamos como sombras.



inflaci贸n

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– Si pudi茅ramos pasar un momento al tema de la pol铆tica fiscal… – dijo brevemente.
– 隆Pol铆tica fiscal! – grit贸 Ford Prefect -. 隆Pol铆tica fiscal!
El consejero de direcci贸n le lanz贸 una mirada que s贸lo un pez d铆pneo podr铆a haber imitado.
– Pol铆tica fiscal… – repit铆贸, eso es lo que he dicho.
– 驴C贸mo pod茅is tener dinero – pregunt贸 Ford -, si ninguno de vosotros produce nada? No crece de los 谩rboles 驴sab茅is?
– Si me permite continuar…
Ford asinti贸 de mala gana.
– Gracias. Como hace unas semanas decidimos adoptar la hoja como moneda legal, todos somos inmensamente ricos.
Ford mir贸 incr茅dulo a la multitud, que lanz贸 un murmullo apreciativo y empez贸 a acariciar 谩vidamente los fajos de hojas de que ten铆an rellenos los monos de correr.
– Pero tambi茅n tenemos – prosigui贸 el consejero de direcci贸n – un peque帽o problema inflacionario debido al alto grado de disponibilidad de la hoja, lo que significa, seg煤n creo, que en la tasa actual se necesitan tres bosques ef铆meros para comprar una bagatela.

Murmullos de alarma recorrieron la multitud. El consejero de direcci贸n los acall贸 con un gesto.

De manera que, con el fin de solucionar ese problema prosigui贸 y revaluar
la hoja de modo eficaz, estamos a punto de iniciar una campa帽a de defoliaci贸n general, y… hummm, quemaremos todos los bosques. Creo que todos estar茅is de acuerdo en que es una medida sensata, dadas las circunstancias.
La multitud pareci贸 un tanto indecisa durante unos momentos, hasta que alguien observ贸 que eso incrementar铆a mucho el valor de las hojas que ten铆an en los bolsillos, y entonces empezaron a dar gritos de placer y, puestos en pie, dedicaron una ovaci贸n al consejero de direcci贸n. Los contables esperaban que el oto帽o ser铆a provechoso.

Douglas Adams. “El restaurante del fin del mundo” (tambi茅n relacionado, como el post de ayer, a la crisis)



clase media

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Copipego el texto siguiente de un blog que leo habitualmente, el que desde M茅xico escribe C茅sar Berges, al que me enganch茅 cuando descubr铆 que estaba recorriendo en bici el Sudeste asi谩tico.

La clase media fue un invento de Occidente para contraponer una cu帽a a las clases sociales hist贸ricamente descontentas, y tal vez tentadas por los ejemplos revolucionarios de la Uni贸n Sovi茅tica, que durante gran parte del siglo XX supusieron una alternativa real al sistema capitalista, al menos en el sentir colectivo de millones de personas. Para evitar que los pueblos de occidente siguieran el ejemplo sovi茅tico, suavizaron las condiciones econ贸micas y sociales de una parte importante de la poblaci贸n, lo que se llam贸 en adelante la clase media. Pero ca铆do el bloque sovi茅tico y desaparecida la ideolog铆a que lo movi贸, sin riesgo ya de revoluciones similares, Occidente ha pasado las dos 煤ltimas d茅cadas desmantelando el supuesto estado de bienestar; y con ello, la clase media est谩 condenada a desaparecer. Al final del camino inmediato s贸lo queda una sociedad dividida en los muy ricos que hacen y deshacen a sus anchas, y los dem谩s, la mayor铆a, que sobrevive como puede; a tiros si es necesario, como por estas latitudes que recorr铆amos. En pa铆ses como M茅xico, dos sociedades opuestas que no se ven ni se tocan entre s铆 comparten una regi贸n del Mundo. Y hacia ese modelo de sociedad nos estamos dejando llevar con dulzura en nuestros pa铆ses supuestamente desarrollados.

(Muy a prop贸sito a la vista de la reciente crisis, creo.)



odisea

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ODISEA, LIBRO VIG脡SIMO TERCERO

Ya la espada de hierro ha ejecutado
la debida labor de la venganza;
ya los 谩speros dardos y la lanza
la sangre del perverso han prodigado.
A despecho de un dios y de sus mares
a su reino y su reina ha vuelto Ulises,
a despecho de un dios y de los grises
vientos y del estr茅pito de Ares.
Ya en el amor del compartido lecho
duerme la clara reina sobre el pecho
de su rey pero 驴d贸nde est谩 aquel hombre
que en los d铆as y noches del destierro
erraba por el mundo como un perro
y dec铆a que Nadie era su nombre?

Jorge Luis Borges



De todos los objetos, los que m谩s amo son los usados.
Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,
los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera
han sido cogidos por muchas manos.
Estas son las formas que me parecen m谩s nobles.
Esas losas en torno a viejas casas,
desgastadas de haber sido pisadas tantas veces,
esas losas entre las que crece la hierba,
me parecen objetos felices.
Impregnados del uso de muchos,
a menudo transformados, han ido perfeccionando
sus formas y se han hecho preciosos
porque han sido apreciados muchas veces.
Me gustan incluso los fragmentos de esculturas
con los brazos cortados. Vivieron
tambi茅n para m铆. Cayeron porque fueron trasladadas;
si las derribaron, fue porque no estaban muy altas.
Las construcciones casi en ruinas
parecen todav铆a proyectos sin acabar, grandiosos; sus bellas medidas
pueden ya imaginarse, pero a煤n necesitan
de nuestra comprensi贸n. Y, adem谩s,
ya sirvieron, ya fueron superadas incluso. Todas estas cosas
me hacen feliz.

Bertolt Bretch. De todos los objetos



obst谩culos

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Al nacer por azar en un pa铆s occidental, tienes derecho a un lindo pasaporte reluciente que te abre todo tipo de posibilidades. Si has nacido en el mundo en desarrollo, te dan un librito que cierra m谩s puertas de las que abre. 驴Qu茅 puede hacer un muchacho pobre? Las fronteras las trazaron poderes que escapan a su control, sin tenerles en cuenta ni a 茅l ni a los de su clase; son l铆neas en los mapas que se corresponden con los intereses de los grandes del siglo XIX de Londres, Par铆s y Roma. Pero si un hombre tiene que cruzar, cruza, por el medio que puede… y al final todas las fronteras tiene que cruzarlas alguna vez alguien. Cedric era un hombre para el que las fronteras no ten铆an utilidad alguna: en el mejor de los casos pod铆an ignorarse, en el peor se pod铆an rodear. Era una reacci贸n racional a un mundo irracional.
(…)
-Mira este obst谩culo que nos est谩n planteando… esta frontera est煤pida. Hacen su visado, su pasaporte. Esto es un obst谩culo. Yo soy un hombre. 驴No puedo yo caminar en mi propio mundo? 驴Qui茅n eres t煤 para impedirme pasar?-estaba embal谩ndose de nuevo-. 驴Es este mi mundo o no? 驴Qui茅n eres t煤 para alzar este obst谩culo contra un ser humano que es tu semejante? As铆 que llevo mi pasaporte y si necesito otro le ense帽o otro.

Kevin Rushby. En busca de las flores del paraiso
Otro bonito texto de Felix de Az煤a sobre fronteras puede leerse aqu铆 y un interesante blog sobre el tema que visito con frecuencia, aqu铆.



ben shahn

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Encuentro glorioso el de hoy: una primera edici贸n de 1957 del m铆tico libro con las 6 conferencias que Ben Shahn dio en Harvard por dos miserables euros. Los milagros existen.



mapas

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mapa que dibuj茅 en Nepal
Los mapas indios que llevaba no resultaban muy exactos. Como el Nepal hab铆a sido un pais cerrado y de acceso poco menos que imposible hasta 1910, todos los datos geogr谩ficos fueron proporcionados por agentes secretos, los misteriosos informadores pundit. Eran 茅stos unos indios de origen nepal铆, entrenados por los ingleses para viajar disfrazados por el Tibet e Himalaya, provistos de secretas libretas de apuntes y de rosarios sagrados budistas de cien cuentas, en vez de las acostumbradas ciento ocho, para que les fuera as铆 m谩s facil contar sus pasos. En sus bastones de caminantes llevaban ocultos term贸metros que por la noche deslizaban en sus teteras hirvientes para efectuar estudios de altitud. Pertrechados de esa manera sal铆an de la India y recorr铆an los caminos fingi茅ndose peregrinos, para llevar a cabo itinerarios que a veces duraban seis a帽os. Superando riesgos incre铆bles, siempre disfrazados y temiendo ser descubiertos, recorr铆an cada valle y cada desfiladero de las inaccesibles extensiones del Himalaya. Los nombres de esos exploradores pundit permanecen hasta hoy en el mas absoluto secreto, ya que se los denominaba por medio de n煤meros o iniciales. Si se tiene en cuenta bajo que condiciones operaban esos hombres, resulta asombrosa la exactitud de los mapas que se hicieron con los datos que ellos suministraron. Fueron los primeros en medir, explorar y estudiar las remotas zonas que cruzaban. A煤n hoy, esos mapas son los 煤nicos con cierto detalle que existen de tales extensiones. Es evidente que contienen muchos errores, pero debe tomarse en consideraci贸n que los dibujaban a escondidas, de noche, en rollos de papel que ocultaban en los tamborcillos de oraciones, y lo innegable es que la mayor铆a de los datos que recog铆an en sus dilatados viajes eran sorprendentemente exactos.

Michel Peissel. Mustang

Arriba, mapa de Nepal que dibuj茅 en Pokhara despu茅s de una larga caminata (ver l铆nea de puntos)



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