Nicolas Bouvier y Thierry Vernet, autor de los dibujos que acompañan esta entrada, viajaron en 1952 desde Suiza hasta la India en un Topolino. Hay fotos de ese accidentado y enriquecedor viaje de dos años en este sitio.
Mi amigo Michel Longuet hizo hace poco un merecido homenaje a la pareja y su coche después de leer un volumen recién aparecido en Francia con las cartas que Vernet escribió durante el viaje.
Dejo aquà abajo un párrafo de “Los caminos del mundo”, el libro que escribió Bouvier:
Tras su jaula de cristal, Ramzan Sahib clasificaba las facturas canturreando con una voz forzada. Era un gigante negro como la pez, con una melena leonina, las palmas de las manos rosadas y un rostro regular, magnÃfico. Tambien era un as de la mecanica, que cortaba el bronce como si fuera turrón, y un hombre de recursos. Su Khyber Pass Mechanical Shop —un hangar lleno de bidones, un pequeño patio y un elevador— merecÃa aquel nombre señorial. Ramzan y su equipo reparaban cualquier cosa y reinaban sin discusión en un radio de cuatrocientos kilómetros. Le mandaban coches de Afganistán, de Fort Sandeman, de Sidi, que utilizaban sus últimas fuerzas en pasar los puertos para poder resucitar en su taller.
AquÃ, donde utilizan las máquinas hasta el fınal sin preocuparse por revenderlas, los mecánicos ignoran ese repertorio de mÃmica consternada o despreciativa que en nuestro paÃs avergüenza al propietario de un «cacharro» y le obliga a comprar uno nuevo. Son artesanos, no vendedores. Una culata rota, un árbol de levas hecho trizas, un cárter lleno de una especie de harina de acero: hace falta mucho más que eso para inquietarles. Les impresionan más las piezas en buen estado, faros, puertas que cierran, chasis sólidos; en cuanto a las otras, pues, bien, están allà para repararlas. Desmontan las peores cafeteras, las refuerzan con piezas que sacan de los camiones y las convierten en blindados indestructibles. Es un trabajo de una improvisión admirable, siempre diferente. A veces, a golpes de destornillador, hacen una marca cuando han conseguido realizar con éxito una reparación especialmente difÃcil. No se aburren y se ganan la vida; mientras están soldando o ajustando algo, se hacen tostadas en el carbón de la forja, comen pistachos y escupen las cáscaras que cubren el banco, siempre tienen a mano una tetera hirviendo. La mayorÃa de estos mecánicos habÃan sido camioneros y conocen muy bien la región: sus rincones, sus recuerdos y sus amores se extienden por una vasta provincia. Esto les convierte en hombres inteligentes y de buen carácter. Resulta imposible trabajar con ellos sin trabar amistad.