Los bombarderos que arrasaron Dresde o Gernika no sobrevolaron el Cabanyal. Tampoco terremoto alguno sacudió las casas y las vidas de los vecinos que habitaban estas calles.
El Cabanyal era hasta los ochenta un “barrio consolidado”, como gustan de llamar ahora los nuevos planificadores. En la Plaça del doctor Llorenç de la Flor corrÃan niños, charlaban vecinos, buscaban sitio para aparcar, iban a la compra. En los bajos de las casas habÃa tiendas, en las terrazas se ponÃa a secar la ropa lavada.
Pasaron por aquà otros vecinos de la ciudad, insensibles a todo lo que no fuera dinero. Capitostes disfrazados de benefactores, de ciudadanos preocupados por el bien común, de adalides del progreso. Posaron sus ojos en aquellas calles y dictaminaron que eran anacrónicas, que en una ciudad moderna aquel vestigio del pasado no tenÃa cabida, que habÃa que ser realistas y dejar paso al futuro. El bien de la ciudad requerÃa ese sacrificio. La huerta que rodeaba la antigua urbe se asfaltarÃa, enladrillarÃa, urbanizarÃa y todos aquellos nuevos vecinos, coches y visitantes necesitarÃan una salida rápida y cómoda a un mar donde se alinearÃan nuevos centros comerciales, restaurantes caros y locales de ocio de lujo. La cercanÃa al mar y al centro de la urbe fue la perdición del Cabanyal de la misma manera que la ruina de otros lugares es existir sobre una bolsa de petróleo. Los tiempos pasados, la vida sin sobresaltos, los ritmos estables pasaron a mejor vida. El susto, y el miedo se instalaron en el barrio.
Convivimos con monstruos. Gentes que valoran el tejido urbano en “edificable o no edificable” y ve la degradación (siempre consentida, tantas veces provocada) como oportunidad de negocio. Planificadores que primero construyen PAUS que después han rellenar de carne. Depredadores que buscan donde sea el beneficio de las empresas para las que trabajan.
Asà pues, siguiendo ordenes dictadas por el capricho, decenas de casas se compraron, expropiaron, derribaron, abandonaron. No se concedieron permisos para obras de mejora ni para instalación de negocios. Se dejó de limpiar. Se dejó degradar. Calles enteras se cercenaron. Algunos de los vecinos buscaron una vida diferente lejos de su barrio de toda la vida. Otros lucharon para evitar que el sinsentido arrasase su pasado y su futuro.
Es difÃcil abarcar la magnitud del desastre. Son cientos las casas y decenas las calles afectadas por esta bomba silenciosa y atroz. Las archifamosas imagenes de Detroit son terribles pero demasiadas lejanas. Parece que la desolación que muestran hubiera sido causada por una catástrofe natural y que no fuesen la consecuencia de decisiones de hombres. Más cerca he visto el casco viejo de Badajoz, el de Logroño, la casbah de Argel o el barrio español de Orán. Areas inmensas, antaño bulliciosas y hoy en silencio, devoradas por ese monstruo siempre hambriento que los enemigos de la humanidad llaman progreso.
Hoy leo en El PaÃs que el Ayuntamiento de Valencia deroga el plan de Barberá para El Cabanyal. Felicidades a esos vecinos cabezones, aunque me temo que para muchas familias ya es demasiado tarde.
Los dibujos están hechos hace un par de meses en unos papeles encontrados entre la basura que afea esas calles fantasmales.
Aquà podéis ver algunas imágenes de esa terrible zona cero.
¡Qué razón tienes en todo lo que expresas en esta magnÃfica entrada protesta!. Estamos rodeados de monstruos silenciosos que sólo ven negocio y nada más. Planificadores en connivencia con polÃticos corruptos. El nuevo ayuntamiento de Valencia es sensible a otros aspectos que nada tienen que ver con el dinero. Espero que sigan siendo asÃ.
Saludos
Estimado amigo:
Antes que nada gracias por los dibujos y el texto.
El tema de la destrucción natural o provocada del habitat humano siempre me impacto: en lo emocional yen lo profesional.Soy arquitecto.
Me permito Hacerle llegar algo que se me pasó por la cabeza al ver un video de BerlÃn bombardeado.
“Si por desgracia nuestra casa fuera destruida por alguna circunstancia, nos quedarÃamos sin un lugar de vida, sin nuestros libros, ropas, recuerdos, nos quedarÃamos como desnudos en la calle. Pero en la calle podrÃamos ir a una plaza, lamentarnos con un vecino, con él amigo del bar. PodrÃamos caminar por las calles arboladas, consolándonos con aquellos lugares que nos gustan y son nuestros.
Tantas cosas…..
Pero si algo destruye la casa y también nuestra ciudad, no solo nos quedarÃamos desnudos, sino como muertos en vida. No tendrÃamos mas esquinas, ni mas árboles, ni mas perros amigos, ni mas amigos para hablar en la plaza, ni plazas, ni mas libros, ni mas música, ni mas cines, ni mas cafetines, no tendrÃamos mas de nada, salvo una visión de casas huecas y ventanas vacÃas”.
Son preciosos.