PodrÃa añadir muchas más cosas a lo que acabo de escribir para demostrar que no soy más que un pequeño burgués doblado de un propietario rural escaso. Ante todo me considero un hombre mediocre, tÃpico de esta clase. Jamás he tenido deuda alguna. Todo cuanto he comprado lo he pagado en el acto, religiosamente. Mi pobre padre dejó unas hipotecas con el Banco Hipotecario. Tan pronto como me fue posible, las hipotecas fueron liquidadas por completo. Si no existiera ningún banco, llevarÃa la misma vida. Si no tuviera dinero, me limitarÃa. Si tuviera, gastarÃa -con calma, discretamente-, sin olvidar jamás que la vida es incierta y terrible. Lo imprevisto me da horror. El riesgo me da un asco total. Toda mi vida ha consistido en protegerme del riesgo. No me gusta en absoluto lo que está fijado de antemano: me gusta lo que está pensado, premeditado, y lo que previamente es factible. Ante todo, lo conocido. Si lo conocido me gusta, mi disposición puede llegar a durar toda la vida. Esta postura es la única que me libra de prejuicios y timideces, lo que para mà es importantÃsimo. La posibilidad de vivir una u otra aventura me asquea profundamente. Las aventuras de los demás me divierten. Mis aventuras personales, aunque se presenten tan solo como una hipótesis, me abruman. Ni hablar. Nada. He vivido en paÃses de inflación descarada, cuando se dispone de una moneda fuerte, los paÃses de inflación son una delicia. Si solo se dispone de la moneda del paÃs inflacionario, son siniestros, mortÃferos. A mi entender, la moneda es lo más importante en la vida: no me refiero a la moneda en sÃ, sino al precio de la moneda. He rechazado colaboraciones porque estaban demasiado bien pagadas. Esto lo sabe el señor LaÃn Entralgo, que me propuso escribir para una revista farmacéutica y rechacé su oferta porque el precio era excesivo. Rechacé artÃculos pagados a 10.000 pesetas la unidad propuestos por la Agencia Efe. El señor Alfaro, presidente de esta Agencia, lo sabe perfectamente. Estoy decididamente en contra del funcionamiento intensivo de la máquina de producir billetes. Todos los sueldos y jornales excesivos
hacen que esta máquina funcione. Cuantos más billetes están en circulación menos valen. Cuantos más billetes lleva uno en la cartera de forma injustificada, menos valen los billetes. Los cretinos sostienen que en este asunto los casos personales no tienen ninguna importancia. Estos imbéciles ignoran que todas las cosas grandes no son más que la suma de las cosas pequeñas. La primera obligación de un ciudadano no es ni la bandera, ni el honor retórico, ni las frases grotescas. La primera obligación de un ciudadano es mantener el precio de su moneda -y cuanto más elevado sea, mejor-. El riesgo, la aventura, la combinazione (por decirlo en italiano), las sorpresas, las improvisaciones, los discursos, las promesas, me producen un Ãntimo malestar. Las cosas hiperbólicas nunca me han deslumbrado.
Josep Pla. Notas del Crepúsculo.
Una versión a mejor tamaño del apunte de arriba, aquÃ. Algunas fotos, aquÃ.
esta muy chevere