“He venido a dibujar este cuadro porque es Viernes Santo”.
“Está prohibido”.
Sigo dibujando.
“Si continúa”, dice el guardia de seguridad, “llamaré al supervisor”.
Levanto el dibujo para que pueda verlo.
Es un hombre bajo y fornido de cuarenta y tantos años. Con ojos pequeños. O con ojos que achica mientras echa la cabeza hacia delante.
“Diez minutos”, le digo, “y habré terminado”.
“Voy a llamar al supervisor ahora mismo”, dice.
“Escuche”, le contesto, “si tenemos que llamar a alguien, vamos a llamar a alguien del personal del museo y, con un poco de suerte, podrán explicarle que no hay problema”.
“El personal del museo no tiene nada que ver con nosotros”, masculla entre dientes. “Somos independientes y nos encargamos de la seguridad”.
“¿La seguridad? ¡Y una mierda!”. Pero no lo digo.
El artÃculo completo de John Berger del que he extraÃdo este fragmento, aquÃ.
Siempre hay alguien en este paÃs que al ponerle un uniforme se le pone un carácter que vaya…
¿A quién molestará un dibujante?