(…) cuando nos encontramos en un paÃs con un alto grado de desarrollo, en una Holanda o en una Suiza, nos llama la atención el hecho de que toda la realidad material que nos rodea está igualmente desarrollada: las casas aparecen limpias y pintadas, no faltan cristales en las ventanas, el asfalto de las carreteras es liso, los pasos para peatones señalizados, las tiendas ofrecen una gran cantidad de productos, los restaurantes son limpios, cálidos, acogedores, los faroles de las ciudades están encendidos y la hierba de los céspedes, bien segada. El paÃs con un desarrollo de enclaves ofrece un paisaje muy distinto. Allá, un lujoso banco está rodeado de casas desconchadas; un elegante hotel está en medio de unas calles sucias flanqueadas por chabolas; saliendo de un aeropuerto iluminado se entra en la oscuridad de una ciudad lóbrega y nada acogedora; junto al brillante escaparate de una tienda de Dior, aparecen los sucios, vacÃos y oscuros escaparates de las tiendas autóctonas; junto a unos cochazos imponentes circulan unos autobuses urbanos viejos, malolientes y atestados de gente. Y todo esto se debe a que el capital (principalmente extranjero) se ha construido esos perfectos enclave en cuestión, pero, en cuanto al resto de paÃs, ni puede ni piensa desarrollarlo.
Ryszard Kapuscinski. El imperio.