La tierra parecÃa algo no terrenal. Estamos acostumbrados a verla bajo la forma encadenada de un monstruo dominado, pero allÃ, allà podÃas ver algo monstruoso y libre. No era terrenal, y los hombres eran… No, no eran inhumanos. Bueno, sabéis, eso era lo peor de todo: esa sospecha de que no fueran inhumanos. Brotaba en uno lentamente. Aullaban y brincaban y daban vueltas y hacÃan muecas horribles; pero lo que estremecÃa era pensar en su humanidad -como la de uno mismo-, pensar en el remoto parentesco de uno con ese salvaje y apasionado alboroto. Desagradable. SÃ, era francamente desagradable; pero si uno fuera lo bastante hombre, reconocerÃa que habÃa en su interior una ligerÃsima señal de respuesta a la terrible franqueza de aquel ruido, una oscura sospecha de que habÃa en ello un significado que uno -tan alejado de la noche de los primeros tiempos- podÃa comprender. ¿Y por qué no? La mente del hombre es capaz de cualquier cosa, porque está todo en ella, tanto el pasado como el futuro. ¿Qué habÃa allÃ, después de todo? Júbilo, temor, pesar, devoción, valor, ira -¿cómo saberlo?-, pero habÃa una verdad, la verdad despojada de su manto del tiempo. Que el necio se asombre y se estremezca; el hombre sabe y puede mirar sin parpadear.
Joseph Conrad. El corazón de las tinieblas
Otro de los llamados imprescindibles, pero si te tengo que decir la verdad me costó terminarlo.Puede que el momento no fuera el adecuado y esas tinieblas me enturbiaran su lectura. No obstante hay que leerlo. ¿Quién dijo aquello de que “soy lo que leo”?
Saludos maestro.