Hasta hace cuarenta o cincuenta años los paisajes que se veÃan desde el tren podÃan pasar por cervantinos. Los pueblos con sus casas de una y dos plantas, y las torres de dos, tres iglesias y conventos. Torres herrerianas, de pizarra y molondrón, rematadas por una veleta loca.
Tengo a la vista algunas fotografÃas de entonces. Las terrazas del rÃo, que cruzamos, las huertas y campos del Jarama, las alamedas y la llanura manchega. Era un paisaje bonito, con sus humildes casas de labranza, los polvorientos caminos y los labradores montados en sus butros, las bardas caÃdas de los corrales, las bulerÃas de los álamos, la pobreza de esos barbechos; todo eso le daba a esta tierra un carácter único, inconfundible, de gran empaque.
Ahora de todo ese paisaje queda poco, los corrales se han convertido en fábricas y desangeladas naves industriales, y en los campos de cebada avanzan imparables y macedónicas las dunas de basuras, los desecheros, las chabolas.
Andrés Trapiello. LAS VIDAS DE MIGUEL DE CERVANTES.