En la región donde ahora me encuentro las tribus se cuentan por docenas. Se configuran en uniones y confederaciones cuyas reglas y costumbres no conoce nadie excepto sus miembros. Yo, un extraño, soy incapaz de orientarme en todo esto, de ordenarlo, agruparlo. Cómo voy a saber qué relaciones mantienen los mwaka o los pande o los banya con los baya? Pero ellos sà saben, su vida depende de ello. Saben quién pone púas envenenadas y en qué sendero, dónde hay un hacha enterrada.
A propósito: ¿de dónde han salido tantas tribus? Sólo en Ã…frica habÃa diez mil hace ciento cincuenta años. Basta con dar un paseo a lo largo de un camino: en la primera aldea viven los tulama, pero ya en la siguiente, los arusi, que nada tienen que ver con sus vecinos. A una margen del rÃo, los niurle, y en la otra, los topota. La cumbre de la montaña está habitada por una tribu y el pie por otra diferente.
Y cada una tiene su lengua, sus costumbres, sus dioses. ¿Cómo se ha producido todo esto? ¿Cómo nació esa diversidad tan increÃble, esa impresionante riqueza? ¿En qué momento empezó todo? ¿Cuándo? ¿En qué lugar? Los antropólogos sostienen que en el comienzo fue un grupo pequeño. Tal vez varios. Ninguno de ellos podÃa contar con más que treinta o, a lo sumo, cincuenta miembros. Si fuese menos numeroso, no podrÃa defenderse; si fuese mayor, no hallarÃa comida suficiente para todos.
Ryszard Kapucinski. Viajes con Heródoto