dibujo

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Relata: un día, un hombre llegó hasta su casa en una barca. Llevaba papel y pinturas, lápices de mina y de colores. Con su barca seguía el curso del Lena, deteniéndose en aldeas y jutores y a partir de fotografías pequeñas, de carnet escolar o de pasaporte, pintaba para las madres los retratos de los hijos muertos en la guerra. Le pagaban cuanto podían. Y vivía de ello, no dependía de nadie.

Ryszard Kapuscinski. El Imperio

Arriba, algunas acuarelas dibujadas en Menorca.



triana/2

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El barrio de Triana, en Sevilla, ha sido señalado desde tiempo inmemorial como la residencia favorita de los gitanos. En este lugar son hoy más numerosos que en cualquier otra ciudad de España. Ciertamente habitan este barrio tipos desesperados y. aparte de los gitanos, se congrega aquí la mayoría de la población ladrona de Sevilla. Es posible que no exista otro lugar, incluido Nápoles, donde el delito abunde tanto y la ley sea tan despreciada como en Triana. La catadura de sus habitantes fue gráficamente bosquejada por Cervantes, hace dos siglos y medio, en una de sus novelas más divertidas. 
En los callejones más infames de este barrio, entre tapias desmoronadas y arruinados conventos, vive la gran colonia de los gitanos españoles. Aquí se les puede ver manejando el martillo; aquí recortándoles las cernejas a los caballos o esquilando a tijera lomos de mulos y borricos. De este lugar salen para ejercer ese oficio en la ciudad o para oficiar de terceros o para comprar, vender o cambiar animales en el mercado y las mujeres para decir el bahi por las calles, igual que en otras partes de España, generalmente acompañadas por uno o dos churumbeles desgreñados que llevan en brazos o asidos a las faldas. Otras, provistas de canastas y anafes, se encaminan a las deleitosas orillas del Len Baro, cerca de la Torre del Oro donde, agachadas sobre el suelo y con el hornillo encendido, asan las castañas que, cuando están bien hechas, constituyen las golosina favorita de los sevillanos. Muchas de ellas están conchabadas con los contrabandistas y van por las casas vendiendo mercancías prohibidas, de las compradas a los ingleses en Gibraltar. Esta es la vida de los gitanos de Sevilla; tal es su vida en la capital de Andalucía.

George Borrow. The Zincali. 1840



triana

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El sol se había puesto hacia más de una hora cuando llegamos al barrio de Triana; recorrimos, guiados por Coliron, varias calles bastante sucias y totalmente a oscuras, pues la iluminación y la limpieza están igualmente abandonadas en el barrio de los gitanos. A pesar de ello llegamos sin tropiezo frente a la botillería del tío Miñarro, a cuya puerta platicaban fumando su papelito varios personajes en traje andaluz, entre los que reconocimos algunos de los aficionados que habíamos encontrado en la academia de baile.
Después de cruzar una sala donde bebían apaciblemente algunos tipejos de aspecto un tanto insolente, penetramos en un patio rodeado de columnas de mármol blanco rematadas por capiteles esculpidos. Este patio, como un gran número de los que todavía se ven en Sevilla, se remontaba al tiempo de los árabes; unos limoneros seculares tapizaban los agrietados muros y unas plantas trepadoras se enrollaban alrededor de las columnas que el tiempo amarillea; en las esquinas del patio se alzan bananeros de hojas dentadas y uno de esos arbustos, comunes en Andalucía, llamados damas de noche. Cuatro lamparillas de las que acabamos de describir iluminaban de extraña manera esta vegetación inculta, pero lujuriante; unas sillas de paja y unos bancos de pino dispuestos entre las columnas esperaban a los espectadores. Una media docena de jóvenes de espesas patillas de “boca de jacha” charlaban en medio del patio, mientras templaban sus guitarras, con algunas majas a las que nos pareció haber entrevisto ya en nuestra visita a la fábrica de tabacos. Eran, en efecto, cigarreras, e incluso la flor de las cigarreras, como oímos decir a nuestro alrededor.

Jean Charles Davillier. L´Espagne. 1874



kavf

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El hombre se da por satisfecho con descansar tumbado a la sombra; es plenamente feliz a la orilla de un río espumeante o al fresco amparo de un árbol perfumado, fumando una pipa o tomando a sorbos una taza de café o bebiendo un vaso de sorbete, pero sobre todo perturbando el cuerpo y la mente lo menos posible, siendo el problema de la conversación, las insatisfacciones que pueden causar la memoria y la vanidad del pensamiento las interrupciones más desagradables de su kayf. No es extraño que kavf sea una palabra intraducibie a nuestra lengua materna.

Richard Burton. Peregrinaje a la Meca



café

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Fueron los otomanos los que descubrieron que se utilizaba el café en el Yemen durante su primera ocupación del país, de 1536 en adelante. Veinte años después Estambul y El Cairo tenían tiendas de café; en la década de 1630 se bebía café como una bebida social en Balliol College, Oxford; París tenía 50 cafés en 1690; en Boston, en América, se abrió el primer café en 1689. El café se había convertido rápidamente en sinónimo de tratos oscuros, intriga y sedición. En el mundo islámico hombres doctos atacaban la sustancia como “haram”: una práctica prohibida a los musulmanes. En el Cairo, el que te sorprendieran en un café era un delito que se castigaba con la flagelación; a los reincidentes se les metía en un saco, se cosía el saco y se les arrojaba al Nilo.

Kevin Rushby. En busca de las flores del paraiso.



civilización

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Quizá la caza de cabezas sea una muestra de la barbarie primitiva, pero tiene una contrapartida mucho más terrible en las guerras de la civilización moderna. La civilización de nuestros días no es, después de todo, más que un grado superior respecto a la cultura bárbara. Sería cuestión a discutir si los primitivos salvajes, con sus rudas concepciones y creencias, con sus métodos de socialización y sus reglas de alta moral, no llevan una vida más pura y verdadera que nosotros, los civilizados. Sus aldeas no conocen la miseria de las grandes ciudades; a sus habitantes no les corrompe la codicia, ni ocultan los más abyectos sentimientos bajo un disfraz de respetabilidad. Alguna vez se dejan llevar por sus instintos bélicos y capturan una o dos cabezas, pero esto lo realizan en noble lucha. En cambio nosotros, los supremos representantes del progreso, agotamos los recursos de las naciones para destruir a millares de vidas humanas. Parece como si civilización significase lo mismo que degeneración. Sin embargo, penetra a viva fuerza en el Jardín del Edén, impone su cultura a estos pueblos sencillos y les arranca de sus aldeas, llenas de paz y de dicha, para hacerles trabajar en las minas y en las plantaciones; para despertar en ellos el deseo de las inútiles riquezas y placeres de los blancos, que sólo sirven de señuelo para cambiar su libertad en esclavitud.

Frank Hurley. Entre los cazadores de cabezas de Nueva Guinea. Joaquín Gil Editor. Buenos Aires, 1956.



asombro

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A decir verdad, no sabemos lo que incita al hombre a recorrer el mundo. ¿Curiosidad? ¿Anhelo irrefrenable de aventura? ¿Necesidad de ir de asombro en asombro? Tal vez: la persona que deja de asombrarse está vacía por dentro; tiene el corazón quemado. En aquellos que lo consideran todo deja vu y creen que no hay nada que pueda asombrarlos ha muerto lo más hermoso: la plenitud de la vida. Heródoto se sitúa en el polo opuesto. Con su continuo ir y venir, es un nómada infatigable, ocupado en mil cosas, rebosante de planes, ideas, hipótesis… Siempre de viaje. Incluso cuando está en casa (pero ¿dónde está su casa?), es porque o acaba de volver de un viaje o está preparando el siguiente, el cual ha de ser entendido como un esfuerzo e indagación, como un intento de conocerlo todo: la vida, el mundo, a sí mismo.

Ryszard Kapucinski. Viajes con Heródoto



agua

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Y, al otro lado del valle, contra la verticalidad gris de un acantilado, una delgada hebra de agua se esfuma convirtiéndose en niebla o humo atomizado por el viento y luego da la impresión de que se materializa de nuevo a partir del propio aire bajo la forma de una maraña líquida de luz. Hay hechizo en el agua que fluye: permanezco sentado, hipnotizado por su belleza. El agua, el más unificante de los elementos, el que une la tierra, el mar y el aire en un círculo viviente. Su correr sigue un cauce, a diferencia del aire, y sus ciclos son más vastos y aceptan los tres estados de la naturaleza. La nieve y el hielo yacen encerrados, quizá durante años, en crestas, circos, glaciares, nieves perpetuas, y de pronto se resquebrajan, se funden y se transforman en nieve derretida. El agua, más honda que altos los picos más altos, yace en el mar hasta que sube a la superficie y el aire la acepta en forma de vapor. El aire húmedo gira en torno al mundo y acaba cayendo de nuevo en el mar en forma de nieve o lluvia; o en forma de nieve y lluvia sobre la tierra.
“El hombre de bondad superior es como el agua”, dice Lao Zi. “El agua sabe favorecer a todos los seres, mas no lucha; ocupa los hogares que la muchedumbre detesta, y así está cerca del dao.” “Nada hay en el mundo más blando y débil que el agua, mas nada le toma ventaja en vencer a lo recio y duro.” Insípida, acepta todos los sabores, incolora, todos los colores, refleja el cielo, refracta las piedras blancas de su lecho, disuelve o suspende los suelos y los minerales sobre los que fluye. El pulso de nuestro cuerpo es líquido, como lo son todos los pulsos vivientes. El agua disuelve la sal de la parábola en las Upanishads, cubre la tierra del Génesis y fluye por el paraíso del Corán. Y el aleatorio rumor difuminado, el tumulto lumínico que estoy contemplando, es autor de más belleza incluso que la propia: los cirros y los cúmulos, el arco iris y los nubarrones, los estratos del crepúsculo, el indescriptible olor de las primeras lluvias en las planicies tostadas por el verano.

Vikram Seth. El lago del cielo

Arriba, apunte reciente desde los Baños de Panticosa.



castilla

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Hasta hace cuarenta o cincuenta años los paisajes que se veían desde el tren podían pasar por cervantinos. Los pueblos con sus casas de una y dos plantas, y las torres de dos, tres iglesias y conventos. Torres herrerianas, de pizarra y molondrón, rematadas por una veleta loca.
Tengo a la vista algunas fotografías de entonces. Las terrazas del río, que cruzamos, las huertas y campos del Jarama, las alamedas y la llanura manchega. Era un paisaje bonito, con sus humildes casas de labranza, los polvorientos caminos y los labradores montados en sus butros, las bardas caídas de los corrales, las bulerías de los álamos, la pobreza de esos barbechos; todo eso le daba a esta tierra un carácter único, inconfundible, de gran empaque.
Ahora de todo ese paisaje queda poco, los corrales se han convertido en fábricas y desangeladas naves industriales, y en los campos de cebada avanzan imparables y macedónicas las dunas de basuras, los desecheros, las chabolas.

Andrés Trapiello. LAS VIDAS DE MIGUEL DE CERVANTES.



distancia

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¿Cómo medir la sensación de alejamiento, de la distancia? Estar lejos ¿de dónde?, ¿de qué lugar? ¿Dónde está ese punto de nuestro planeta que a medida que lo dejamos atrás tenemos la impresión de encontrarnos cada vez más cerca del fin de la tierra? ¿Acaso es un punto en el sentido meramente emocional (mi casa como centro del mundo)? ¿O cultural (como, por ejemplo, la civilización griega)? ¿O religioso (como La Meca)? Al preguntársele qué considera el centro del mundo: París o México, la mayoría de la gente responderá: París. ¿Por qué? Al fin y al cabo, la ciudad de México es más grande que París y, al igual que ella, tiene su metro, y sus monumentos importantes y sus grandes obras de arte, y sus magníficos escritores. Y no obstante dirán: París. O que alguien declare que para él el centro del mundo es El Cairo. Al fin y al cabo, es más grande que París, y los monumentos, y la universidad, y la pintura… Y, sin embargo, ¿muchos apoyarían El Cairo? De modo que queda París (en cualquier caso, quedaba cuando la asustada Jeanne atravesaba Siberia con el corazón en un puño). Queda Europa. La europea es la única civilización que ha tenido y que (casi) ha satisfecho su ambición de universalidad. Otras civilizaciones, convencidas de abarcar el mundo entero, no pudieron satisfacerla bien por motivos técnicos (como los mayas), o bien porque nunca mostraron tal interés (por ejemplo. China).

Ryszard Kapuscinski. El imperio.



caras

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Estoy pensando en nuestra Verónica, que con su mano izquierda, en las etapas de aproximación y en el campamento base, dibuja al vuelo las caras de todos nosotros. Hay quien le ha hecho notar que resultan más jóvenes. Ella dice que las caras son jóvenes, los rasgos, la geometría no plana y esencial, no envejecen. Es la piel la que declara el tiempo y ella la bosqueja apenas. Lo que cuenta para ella son las líneas, la maraña que hace de cada uno de nosotros una figura aparte.
No entiendo de eso, no sé dibujar, pero la creo. Para mí, una cara es una expresión geográfica. Las hay desérticas, sísmicas, llanas, escarpadas, ventosas, pantanosas. Todas tienen una edad en la que son adecuadas. Verónica dibuja esa edad, como el hebreo antiguo lo hace con Dios.

Erri de Luca. Tras los pasos de Nives



tierra

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La tierra parecía algo no terrenal. Estamos acostumbrados a verla bajo la forma encadenada de un monstruo dominado, pero allí, allí podías ver algo monstruoso y libre. No era terrenal, y los hombres eran… No, no eran inhumanos. Bueno, sabéis, eso era lo peor de todo: esa sospecha de que no fueran inhumanos. Brotaba en uno lentamente. Aullaban y brincaban y daban vueltas y hacían muecas horribles; pero lo que estremecía era pensar en su humanidad -como la de uno mismo-, pensar en el remoto parentesco de uno con ese salvaje y apasionado alboroto. Desagradable. Sí, era francamente desagradable; pero si uno fuera lo bastante hombre, reconocería que había en su interior una ligerísima señal de respuesta a la terrible franqueza de aquel ruido, una oscura sospecha de que había en ello un significado que uno -tan alejado de la noche de los primeros tiempos- podía comprender. ¿Y por qué no? La mente del hombre es capaz de cualquier cosa, porque está todo en ella, tanto el pasado como el futuro. ¿Qué había allí, después de todo? Júbilo, temor, pesar, devoción, valor, ira -¿cómo saberlo?-, pero había una verdad, la verdad despojada de su manto del tiempo. Que el necio se asombre y se estremezca; el hombre sabe y puede mirar sin parpadear.

Joseph Conrad. El corazón de las tinieblas



enclaves

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(…) cuando nos encontramos en un país con un alto grado de desarrollo, en una Holanda o en una Suiza, nos llama la atención el hecho de que toda la realidad material que nos rodea está igualmente desarrollada: las casas aparecen limpias y pintadas, no faltan cristales en las ventanas, el asfalto de las carreteras es liso, los pasos para peatones señalizados, las tiendas ofrecen una gran cantidad de productos, los restaurantes son limpios, cálidos, acogedores, los faroles de las ciudades están encendidos y la hierba de los céspedes, bien segada. El país con un desarrollo de enclaves ofrece un paisaje muy distinto. Allá, un lujoso banco está rodeado de casas desconchadas; un elegante hotel está en medio de unas calles sucias flanqueadas por chabolas; saliendo de un aeropuerto iluminado se entra en la oscuridad de una ciudad lóbrega y nada acogedora; junto al brillante escaparate de una tienda de Dior, aparecen los sucios, vacíos y oscuros escaparates de las tiendas autóctonas; junto a unos cochazos imponentes circulan unos autobuses urbanos viejos, malolientes y atestados de gente. Y todo esto se debe a que el capital (principalmente extranjero) se ha construido esos perfectos enclave en cuestión, pero, en cuanto al resto de país, ni puede ni piensa desarrollarlo.

Ryszard Kapuscinski. El imperio.



Esta esquizofrénica existencia entre los dos mundos opuestos me hizo reflexionar sobre la diferencia principal, o incluso abismal, que en nuestra época se produce entre el tiempo de la cultura material (o, dicho de otra forma, de la vida cotidiana) y el de los acontecimientos políticos. En el medievo los dos tiempos mantenían un ritmo concordante, acorde: se tardaba siglos en construir las ciudades y siglos duraban las dinastías.
Hoy la situación es diferente: las ciudades se construyen en decenas de años, mientras que los gobernantes, si es que no cambian cada cuatro meses, duran, como mucho, una década. El escenario político gira a un ritmo mucho más rápido que el de nuestra existencia cotidiana. Cambian los regímenes, cambian los partidos gobernantes y sus líderes, mientras el hombre gris vive como siempre ha vivido, sigue sin tener piso o trabajo; las casas siguen desconchadas, las calzadas de las calles aparecen llenas de socavones y la gente, desde la mañana hasta la noche, se dedica a intentar llegar a fin de mes.
Tal vez por este motivo muchas personas dan la espalda a la política, que para ellas es otro mundo, un mundo que vive a un ritmo muy diferente del suyo: el ritmo en que transcurre la vida del hombre corriente.

Ryszard Kapuscinski. El imperio.



progreso

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A la palabra “progreso” le reconozco el único valor de ahorrar energía. El arado, la rueda, las herramientas, eso es lo que han obtenido. Lo más asombroso de nuestra especie es que las máquinas del progreso, del ahorro de esfuerzo, no han sido empleadas para obtener así más tiempo libre, sino al contrario, para aumentar el producto del trabajo. Aumentaban los utensilios del progreso y no disminuía el tiempo del trabajo. Nuestra especie acumulaba progreso, pero no alivio. La madre de mi amigo Giuliano Fachiri, hacia finales de los años cincuenta, tuvo por vez primera una lavadora. Por vez primera no debía lavar la ropa de sus cinco hijos varones ni de su marido. Al ver cuánto tiempo podía ahorrarse al día, dijo: “La verdad es que ahora me harían falta otros cinco hijos”. No se le pasó por la cabeza la idea de cuánto esfuerzo había realizado hasta entonces, ni la posibilidad de poder descansar; al contrario, en el tiempo que le sobraba podía cuidar de otros cinco hijos.

Erri de Luca. Tras los pasos de Nives



fardo

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En una diligencia uno no es un hombre sino un objeto inerte, un fardo; no se diferencia uno mucho de su maleta. Se os transporta de un lugar a otro; eso es todo. Da igual quedarse en su casa. Lo que constituye el placer del viajero es el obstáculo, la fatiga, incluso el peligro. ¿Qué atractivo puede tener una excursión en la que se está siempre seguro de llegar, de encontrar caballos dispuestos, una cama mullida, excelente comida y todas las comodidades de que se puede disfrutar en casa? Una de las grandes desgracias de la vida moderna es la falta de lo imprevisto, la ausencia de aventuras. Todo está tan bien regulado, tan bien engranado, tan bien etiquetado que el azar no es posible; un siglo más de perfeccionamiento y cada uno podrá prever, desde el día de su nacimiento, lo que le sucederá hasta el día de su muerte. La voluntad humana será completamente aniquilada. No habrá ni crímenes, ni virtudes, ni fisonomías, ni originalidades. Resultará imposible distinguir un ruso de un español, un inglés de un chino, un francés de un americano. Ni siquiera podrán reconocerse entre sí, porque todo el mundo será igual. Entonces un inmenso aburrimiento se adueñará del universo y el suicidio diezmará la población del globo porque el principal móvil de la vida se habrá extinguido: la curiosidad.

Théophile Gautier. Voyage en Espagne. 1840

(Arriba, la tapa de una lata encontrada en la siempre sorprendente basura de Madrid)



asombro

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A decir verdad, no sabemos lo que incita al hombre a recorrer el mundo. ¿Curiosidad? ¿Anhelo irrefrenable de aventura? ¿Necesidad de ir de asombro en asombro? Tal vez: la persona que deja de asombrarse está vacía por dentro; tiene el corazón quemado. En aquellos que lo consideran todo deja vu y creen que no hay nada que pueda asombrarlos ha muerto lo más hermoso: la plenitud de la vida. Heródoto se sitúa en el polo opuesto. Con su continuo ir y venir, es un nómada infatigable, ocupado en mil cosas, rebosante de planes, ideas, hipótesis… Siempre de viaje. Incluso cuando está en casa (pero ¿dónde está su casa?), es porque o acaba de volver de un viaje o está preparando el siguiente, el cual ha de ser entendido como un esfuerzo e indagación, como un intento de conocerlo todo: la vida, el mundo, a sí mismo.

Ryszard Kapucinski. Viajes con Heródoto



recompensa

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Edwards me dijo que en el CIC sabían perfectamente que Fortuna era un lugarteniente de Vito Genovese y me hizo un resumen biográfico de éste. Según él, Genovese no era como indicaban nuestros archivos ex secretario de Al Capone, ni siquiera era siciliano, sino que había nacido en Resigliano, cerca de Potenza. Había sido el segundo jefe de una familia de la mafia neoyorquina dirigida por Lucky Luciano, añadió Edwards, y había ocupado la jefatura cuando encarcelaron a Luciano, tras lo cual había sido reconocido como el jefe de toda la Mafia americana. Había regresado a Italia poco antes de que estallara la guerra, para eludir la acusación de homicidio en los Estados Unidos; se había hecho amigo de Mussolini, y luego, cuando cayó el Duce, transfirió su lealtad al Gobierno Militar Aliado, donde se cree que ejerce el poder entre bastidores. Genovese controlaba a los sindacos de casi todas las ciudades en un radio de ochenta kilómetros de Nápoles. Cedía los chanchullos a sus seguidores, cobrando una cuota de todo, echaba migajas de favor a quienes le seguían el paso y siempre encontraba la forma de castigar a la oposición.
¿Qué había que hacer? Nada, contestó Edwards. El CIC había aprendido rápidamente a no meterse en ningún asunto en que interviniera Genovese, que intervenía en casi todos. Muchos oficiales americanos habían sido elegidos para la campaña italiana porque eran de origen italiano. Se contaba que por esa razón se adaptarían fácilmente al medio. Y al parecer lo habían hecho de maravilla. Los italoamericanos del AMG controlaban la situación y sabían cerrar filas cuando les amenazaban desde el exterior. Un agente americano del CID (Departamento de Investigación Criminal) que había caído en la cuenta de que el célebre Genovese controlaba prácticamenté Nápoles, decidió investigar sus actividades actuales; se vio enseguida aislado e impotente, y la única recompensa que había recibido por sus molestias fue quedarse sin ascenso. ¿Y podría aplicarse esta situación, a su entender, en el caso de cualquier británico que amenazara los intereses de Genovese? Edwards no lo sabía, y me sugirió que siguiera adelante y lo averiguara. Sería muy interesante ver lo que ocurría.

Norman Lewis. Nápoles1944.



El descaro del mercado negro corta la respiración. Las fuentes oficiales llevan meses asegurándonos que roban el equivalente al cargamento de un barco aliado de cada tres que llegan al puerto de Nápoles. La última historia que circula es que cuando se prepara un golpe a gran escala y es necesario despejar el puerto para manejar artículos voluminosos, alguien se encarga de que suenen las sirenas de ataque aéreo y de que las cortinas de humo móviles proporcionen su niebla, a cubierto de la cual acuden a hacer su trabajo las tropas de asalto del contrabando.
Los artículos robados se venden en la vía Forcella, y cerca de los juzgados (donde juzgan a diario por tenencia de artículos de los aliados a docenas de ladronzuelos independientes sin protección) pueden verse ahora expuestos descaradamente, colocados con buen gusto, adornados con cintas de colores, flores y etiquetas hábilmente escritas que anuncian la calidad de los artículos robados: COMPARE NUESTROS PRECIOS … PURA LANA AUSTRALIANA GARANTIZADA … Sl ENCOGE DEVOLVEMOS EL DINERO … PUEDE CAMINAR HASTA EL DÍA DEL JUICIO CON ESTAS ESPLÉNDIDAS BOTAS IMPORTADAS … SI NO VE EL ARTÍCULO EXTRANJERO QUE BUSCA, PÍDANOSLO Y SE LO CONSEGUIREMOS. Los sastres de todo Nápoles deshacen los uniforrnes, tiñen luego las piezas y confeccionan con ellas elegantes trajes civiles. Me han contado que aceptan encantados incluso los calzoncillos marianos del ejército británico, que a pesar del calor todavía llegan aquí; los tiñen de rojo y los convierten en lo último en traje de deporte.

Norman Lewis. Nápoles 1944.



18 de abril
. El mercado negro prospera como nunca. Según el boletín de la oficina de guerra psicológica, el 65 por ciento de los ingresos per cápita de los napolitanos procede de las operaciones comerciales con artículos robados a los aliados, y un tercio de todos los suministros y el equipamiento importados seguían despareciendo en el mercado negro. Todos los artículos de equipamiento de los aliados, salvo fusiles y municiones, que dicen que se venden bajo cuerda, se exponen claramente a la venta en el mercado de Forcella. Se indicaba que en la inauguración de la ópera de San Carlo, todas las mujeres de clase media y alta llegaron ataviadas con abrigos confeccionados con mantas militares robadas. Sería facilísimo rastrear los artículos hasta los ladrones originales. Cuando propuse formas y medios para hacerlo, el oficial superior me dijo que el mercado negro no es asunto nuestro.
En realidad, ya casi es de dominio público que funciona bajo la protección de los altos funcionarios del Gobierno Militar Aliado. Uno descubre pronto que por muchos subordinados que arresten y envíen a cumplir largas condenas de cárcel, quienes los emplean quedan siempre impunes. El jefe del gobierno militar es el coronel Charles Poletti, y con él trabaja Vito Genovese, que fue en tiempos jefe de la mafia americana y ahora es asesor suyo. Genovese nació en un pueblo cerca de Nápoles, ha seguido en estrecho contacto con el mundo del hampa, y es evidente que muchos de los sindacos de la Mafia-Camorra que han sido nombrados en las ciudades de los alrededores son candidatos suyes. Estos hechos, que antes eran secretos de Estado, son bien conocidos hoy por el napolitano medio. Pero no se hace nada. Por muchas denuncias que se presenten sobre las actividades de altos funcionarios del gobierno militar, ellos siguen donde están.
 La última historia que circula sobre “cierto funcionario de alto rango del Gobierno Militar Aliado” cuenta la jugarreta que le hizo la esposa de un conocido industrial. Por lo visto, este individuo había sido condenado a un año de cárcel por comerciar con artículos robados a los aliados. Su esposa fue al Beacon, el burdel más elegante de Nápoles, y pidió que le prestaran a la chica más inteligente del lugar. La vistió con su ropa más elegante, le puso sus joyas y le pagó 4.000 liras para que se hiciera pasar por ella, la esposa, y visitara al susodicho funcionario para suplicarle por la libertad de su esposo. La visita fue un éxito, y a los dos días, las verjas de la cárcel de Poggio Reale se abrieron para el industrial.

Norman Lewis. Nápoles 1944



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