LAS VISTAS DE LA CIUDAD
No soy una persona de esas que lo quieren ver todo y cuando los guÃas profesionales o amigos me incitan a visitar algún famoso monumento siento siempre un vivo deseo de mandarlos al diablo. Demasiados ojos antes que los mÃos han contemplado atónitos el Montblanc, demasiados corazones antes que el mÃo han lado con profunda admiración en presencia de la Madonna Sixtina. Esas atracciones son como mujeres de condición demasiado generosa; nos producen la impresión de que demasiadas personas han encontrado solaz en su conmiseración y nos quedamos confusos cuando nos indican, con consumado tacto, que murmuremos en sus discretos oÃdos la historia de nuestras desgracias. PodÃamos correr el peligro de ser la última gota que hace desbordar el vaso. No, si no puedo callármela, lo que serÃa mejor, contaré mi desgracia a alguien que no esté tan seguro de decir exactamente lo más apropiado para consolarme.
Cuando estoy en una ciudad extranjera prefiero vagar por ella al azar y si tal vez puedo perder el encanto de una catedral gótica, quizá encuentre, en cambio, alguna pequeña capilla románica o algún portal renacimiento y alabarme de que nadie se ha preocupado de ellas.
Somerset Maugham. En un biombo chino
Eu também