Regreso a Filipinas diez años después de mi último viaje. Me acuerdo de bien poco de aquello así es que antes de salir de España he releído con añoranza mis diarios de entonces. No se si Manila habra cambiado, pero mi vida muchísimo.
Dibujo el barrio chino desde el lado de acá del contaminadísimo rio Passig. La superposición de arquitecturas siempre es un reto para dibujar y tal vez me detendría a intentar dibujar las ventanas exactas si no hiciera taaaanto calor
Dentro de un fuerte de Intramuros hay un pequeño museo dedicado a las personas que murieron aquí torturadas por el ejército de ocupación japonés. Salgo a tomar aire, descansar de esas fotos terroríficas y esos maniquíes macabros y encuentro alivio dibujando un árbol.
En Candanay Norte, Siquijor, encuentro este hotel abandonado donde se cuelan los niños a jugar y no consigo describir bien las bolsas de basura que se amontonan junto a las escaleras.
En Makati me sorprendo entrando a un Wendy (creo que en España desaparecieron) solo porque tiene aire acondicionado y necesito reponerme de la caminata. Dibujo lo que veo por la ventana, que no es gran cosa pero, como siempre en estos casos, tiene el interés que queramos darle. Los trabajadores se me van acercando curiosos y con miedo a molestar.
Quedo con Javier en la iglesia de San Pedro y San Pablo, uno de los pocos ejemplos de arquitectura colonial que sobrevive en Makati, y me entretengo sentado a la sombra de un monumento católico-kitsch haciendo este dibujo de la antigua iglesia y los esculturales árboles que la vigilan
Googlemaps confunde la línea clara de la playa con una carretera, allá que me manda y allá que voy yo en mi bicicleta como un tonto crédulo con fe en la verdad de los satélites. Como premio a mi ingenuidad llego a esta hermosa casa abandonada en la que creo no me importaría pasar lo que me queda de vida. Un pescador que sale de recoger lo que ha caído en las trampas que tiene instaladas a poca profundidad deja sus gafas y sus aletas en el suelo, se detiene a verme dibujar y me ofrece café en su casa.
El vigilante de la reserva marina de Caticugan me presta una silla de cámping y me manda a dibujar esta bahía. Yo obedezco porque me gusta ser agradecido.
La barca de Marlon, cerca de Caticugan.
Por moverme sin planear termino en el sitio que quería evitar de Siquijor, la reserva de guiris de San Luis. Mientras cojo fuerzas para escapar me refugio a la sombra de estos árboles que caen a la playa. Un empleado del ayuntamiento mira con atención, me dice que también él dibuja y quedamos en que antes de marcharme de la isla le daré los papeles de acuarela que me sobran
Hasta los barcos de pasear turistas son hermosos. Este tiene dos casetas a popa que son los WC. La caca cae por un agujero al mar
En Little Boracay intento evadirme del molestísimo sonido de un dron que viene y va, controlado por un inoportuno guiri, y dibujo unas barcas de madera cuyo diseño no ha cambiado en siglos
Siquijor sin guiris mola más
Al fondo se atisba Dumaguete, que me quedo con ganas de conocer
Lugar exacto donde me pongo a pensar mientras miro hacia Mindanao (que en dibujo no sale pero ahí está) y recojo de la arena una piedra en forma de mujer embarazada que echo a la mochila para llevar hasta Córdoba.
Se marcha el sol y yo también tengo que ir empezando a pensar en marcharme porque la bici roñosa que he alquilado no tiene luces y la carretera que le da la vuelta a la isla es un peligro.
Al dia siguiente de hacer este dibujo ayudo a los de la reserva marina de Caticugan a sacar esta barca del agua (necesita pintura nueva). A cambio me dejan participar en la merendola de cocacola y dulces con la que se premian tras el arduo esfuerzo
Acabo con unos retratos de algunas de las maravillosas personas que enconté en el camino