La señora del fondo me mira dibujar un rato en este pueblo del Kurdistán, se me acerca, deja a mi lado silenciosamente una bandeja con té y unas pastas y se va con una sonrisa.
En Kandovan, pueblo troglodita al sur de Tabriz, lavan trabajosamente las alfombras enmedio de la calle. No veo ningún hotel pero preguntando a un panadero logro alquilar una cueva durante unos días. Compro y como mucha fruta escarchada que me recuerda a las fiestas de mi pueblo durante mi niñez. Compro un gorro de lana de camello
Un señor muy simpático que me coge a dedo en Howraman en una especie de land rover destartalado lleva un AK47 bajo el asiento del copiloto. Cuando se lo señalo se ríe y me dice “Police, pum, pum!”. En un paso entre dos valles le dijo que me bajo ahí, que voy a hacer un dibujo. El hombre se detiene y se queda conmigo, fumando unos cigarrillos y mirándome dibujar, hasta que termino. Más que amenazado, me siento protegido
Me hago un esguince en Howraman y debo pasar allí algunos días metiendo el pie en agua fría y caliente, atándole hielo y moviéndome poco, así es que aprovecho para dibujar los alrededores de la casa familiar donde he tenido la suerte de caer. Desde la ventana frente a la que coloco mi jergón tengo una impresionante vista de la montañas y adivino los senderos que no voy a recorrer.
Gracias a un amigo que me indica una entrada secreta puedo asistir a unas hipnóticas prácticas de Baastani en Tabriz. Todos los señores de pinta chunguísima se convierten en niños sonrientes y juguetones cuando ven los dibujos que les he ido haciendo y me invitan a que vuelva al día siguiente pero esta vez a deslomarme con ellos