Me colé en este patio de la medina de Túnez sin saber que era un colegio. Una chica se me acercó desde la puerta decorada con una bandera palestina. Resultó ser la directora, que quedó encantada con mi pelea con los arcos y las columnas y me hizo un tour del edificio
El chico de la silla amarilla es Nabil, el dueño de este negocio de la medina de Túnez. Llevaba una flor en la oreja y atendía a sus clientes con amabilidad. Me trató tan bien y los colores del lugar eran tan vibrantes que regresé varias veces a tomar café.
Desde lo alto de una tienda de cachivaches se ve el patio de la mezquita Zitounia. Hubiera querido dedicar más tiempo a este dibujo pero tenía conmigo un acompañante un tanto perseverante que logró que me fuera antes de tiempo con tal de perderle de vista.
Me encanta Susa. De pura casualidad encuentro un hotelito de los que me gustan: lujoso en otros tiempos, hoy muy envejecido. Me quedaría aquí lo que me queda de viaje. A veces es que ni se que es lo que busco porque cuando parece que lo encuentro deja de valerme.
Monastir tuvo la desgracia de ver nacer a un famoso líder que decidió “modernizar” la ciudad, derruir la medina y convertir lo que una vez fue un sitio paradisíaco en un solar sin personalidad. Sobrevive de milagro la fortaleza y poca cosa más. Un nuevo puerto deportivo y su consiguiente urbanización de ricos de medio pelo evita la llegada de nueva arena a la playa y arruina lo que antaño fue un lugar muy chic.
Entro a dibujar una tumba en la ciudad santa de Kairouan. Mis acompañantes, dos actores buscavidas a los que afecta la escasez de turistas, se impacientan. La hija del guardián, que parece vivir en los pisos de arriba, baila y canturrea por las frescas y solitarias habitaciones. No puedo tener menos prisa por marcharme.
Enmedio de la nada está el anfiteatro de El Djem. Lo recorro sin prisa, entre un tren y el siguiente, y me entretengo en leer los grafiti que han ido grabando en sus paredes los muchos que pasaron por aquí tras los romanos. Me hacen especial gracia los de los soldados yankis de los años 40 y me paro a pensar en qué sentirían violando con sus botas un lugar así.
Cuando me siento en cualquier sitio discreto a dibujar un mercado abarrotado siempre pasa que se me van acercando los comerciantes, deseosos de que sus negocios salgan en el cuadro. El señor que tenía a mi izquierda arregló la disposición de los cachivaches para que la picadora de carne y el elefante de madera quedaran bien a mi vista
Dibujo rápido en Chenini mientras rezo porque no se me haya escapado el último taxi del día. Cuando llega respiro, recojo y le doy color de noche en el hotel
En teoría está prohibido subir a la mesa de Jugurtha, pero el afortunadísimo encuentro con un servidor de la ley hace fácil lo imposible y me encuentro teniendo que revisar lo de ACAB.
Chenini desde lo alto. Una turista argentina y yo. Vacas flacas para los vendedores de rosas del desierto que me piden el dibujo y se ríen cuando les pido un dineral por él
Impresiona mucho Chenini y me resulta dificil no pensar en cómo sería cuando en sus casas vivia la gente que ahora habita el impersonal pero más cómodo pueblo junto a la carretera.
Llegan unos italianos en varios 4×4. A los europeos les da por gastar gasolina por las pistas del desierto. Estoy tentado de hacer autostop pero al final decido que prefiero el transporte público
Me siento a la sombra de la ruina de la panadería, donde aún se ve la piedra del molino, a dibujar las afueras de Ghomrassen. Nadie por la calle
Hasta aquí llegué en mi intento de escalada al peñasco de Ghomrassen. El paso era comprometido y retrocedí prudente porque no era cosa de joderse el viaje por ver una ermita
Me dijeron que en lo alto de la peña podría ver restos del fuerte y una ermita, pero por torpeza o por no entender bien las indicaciones que me dieron en un francés peor aún que el mío no encontré el camino bueno
Nada más bajar del taxi colectivo en Ghomrassen me senté a desayunar en un café de la plaza. Un señor abandonó su partida de dominó, me preguntó si me molestaba si se sentaba conmigo a mirar y me hizo el único vídeo que conservo del viaje. Cuando fui a pagar el camarero me dijo que estaba invitado
Había llovido en Dougga y no había muchos sitios donde sentarse sin mojarse el culo.
Aproveché que llegó un coche con una pareja de turistas de Djerba para pedirles que me ahorraran el paseo de varios kilómetros y me acercaran al pueblo. Mientras hacían una visita rápida a las ruinas me entretuve haciendo el último dibujo del día
Mientras me acerco de Guermessa-pueblo a Guermessa-ruinas me paro a dibujar a mitad del cuestarrón. Ni una persona a la vista
De regreso de una de mis excursiones veo a lo lejos, en lo alto de un cerro, algo que me intriga así es que pido al conductor que me pare y me acerco a lo que resulta ser un tiranosaurio gigante construido de fibra de vidrio. A su sombra y bajo su presencia protectora dibujo la caída de la tarde sobre la enorme ciudad.
En el café de Nabil casi nadie mira las pantallas. Se fuma sisha y se conversa. El fútbol solo es ruido, tal vez porque no está jugando ningún equipo local.
Hora de anotar las cosas que han pasado durante la jornada en el Souk Shovashine el Kabir de la Medina de Túnez.
Llego a Douirat contra todo pronóstico, porque no hay taxis compartidos y el que se ofrecía a llevarme a mi solo pretendía quedarse con mi riñón a cambio.
Decidí ir a Chenini y caminar cresteando hasta Douirat. El camino era hermoso y solitario, bien pisado por generaciones de personas que iban de un pueblo a otro. Hago varias paradas para descansar, comer algo, beber. En una de ellas reparo en las pequeñas presas que jalonan un rio que ahora está seco pero que sin duda traerá agua en la época de las temibles crecidas.
Me detengo a dibujar uno de los innumerables almacenes de grano en ruinas de Douirat y pienso en el significado de los grafitis de manos y otros símbolos que adornaban su interior.
A la llegada a Douirat me sale al paso un perro que me hace agacharme a coger un par de buenas piedras del camino.
Mausoleo de Sidi Mzeir en Nefta. Para llegar a él, bien dentro del enorme palmeral, he seguido las indicaciones del amigo de Susana, que ha resultado ser el ingeniero encargado del reparto de aguas
Nefta tiene una mezquita por barrio. Esta de aquí es de las más bonitas pero no hay sitio bueno donde sentarse a dibujarla y termino apoyado en una pared que se está cayendo, como tantas cosas en estas ciudades de adobe
Lo viejo y lo nuevo. A veces me acuerdo de lo que repito en las charlas: “buscad contrastes y paradojas visuales porque esos juegos enriquecerán vuestros dibujos”
Camino del reservoir de agua de Nefta, que resulta estar seco, me detengo a dibujar una pequeísima parte del palmeral infinito. Desde lejos un falso guía me cita: “ven, baja aqui, no tengas miedo, que solo quiero sacarte los cuartos”
Bajo al desfiladero de Mides y hay una corriente de aire que me congela. Una pareja de españoles llega detrás de mi hablando altísimo, como de costumbre. Me hago el sueco. Recibo un SMS al móvi: “Bienvenue a l´Algerie”
Mides desde lo alto. Un vendedor aburrido de unos 20 años me da la brasa explicándome la Geopolítica de Oriente Medio. Cuando quiero meter baza me interrumpe, no está interesado en escuchar lo que yo pueda decir. Tras un larguísimo ejercicio de paciencia termino pidiéndole de manera más bien brusca que se calle, que me está hinchando la cabeza.
Soporto un rato la corriente de aire del desfiladero, donde nunca pega el sol, y me distrae el eco de las bandadas de palomas que la aprovechan.
Chebika es uno de esos oasis que aprovecha el agua de los rios que bajan de la montaña para morir al mar de arena. Llegué a él casi sin querer, cuando un pálpito me hizo decir “arretez ici” al conductor de la furgo que me llevaba a otro destino
Me gustó tanto Chebika que regresé a él un par de dias después, esta vez equipado con un bañador para probar el agua de la cascada
Tamerza conserva de sus antepasados una infinidad de palmeras. Me habla de ellas un chaval que se ha caído de una y va a estar muchos meses sin poder volver a trepar a coger dátiles.
A lo lejos se ve Argelia. Los gendarmes se preocupan por mi salud y confundo a un secreta con un guía turístico
Es dificil no ponerse cursi al describir estos paisajes, estos tajos de verde en la montaña y estas soledades. Mejor dibujar y callar
Entre oasis y oasis, en un alto, le pido al que me lleva en autostop que se detenga porque voy a parar a hacer un dibujo. Flipa: ¿y como vas a continuar después?- Pues en otro vehículo tan proverbial como el tuyo, inshallah!. Al rato de sentarme llega un 4×4 que deja el motor al ralentí mientras unas francesas hacen fotos. Cuando hago saber al conductor que me está jodiendo el nirvana se disculpa y lo apaga.
Hay un dia en el que me vuelto loco, empalmo 4 transprtes colectivos y recorro muchos kilómetros para cruzar el país. Paso del mar de arena al mar de verdad y aterrizo en Hammamet justo cuando el sol se pone. A la mañana siguiente voy a usar la acuarela azul y.a ver como los pescadores quieren engañar a una señoras.
A propósito del texto del cuarto dibujo:
” Los únicos que llegan siempre a alguna parte de su agrado son los nómadas, los gitanos, los vagabundos, porque no van a ningún sitio en concreto, todos los lugares les parecen bien, quiere decirse, todos les parecen mejores que ninguno, mientras van hacia el nuevo y, claro, peor que los siguientes, cuando ya han llegado; de lo contarrio echarían raíces. Son unos idealistas.”
Fractal, 45
Andrés Trapiello.
Gracias por dármelo a conocer. Saludos maestro.