Y, al otro lado del valle, contra la verticalidad gris de un acantilado, una delgada hebra de agua se esfuma convirtiéndose en niebla o humo atomizado por el viento y luego da la impresión de que se materializa de nuevo a partir del propio aire bajo la forma de una maraña lÃquida de luz. Hay hechizo en el agua que fluye: permanezco sentado, hipnotizado por su belleza. El agua, el más unificante de los elementos, el que une la tierra, el mar y el aire en un cÃrculo viviente. Su correr sigue un cauce, a diferencia del aire, y sus ciclos son más vastos y aceptan los tres estados de la naturaleza. La nieve y el hielo yacen encerrados, quizá durante años, en crestas, circos, glaciares, nieves perpetuas, y de pronto se resquebrajan, se funden y se transforman en nieve derretida. El agua, más honda que altos los picos más altos, yace en el mar hasta que sube a la superficie y el aire la acepta en forma de vapor. El aire húmedo gira en torno al mundo y acaba cayendo de nuevo en el mar en forma de nieve o lluvia; o en forma de nieve y lluvia sobre la tierra.
“El hombre de bondad superior es como el aguaâ€, dice Lao Zi. “El agua sabe favorecer a todos los seres, mas no lucha; ocupa los hogares que la muchedumbre detesta, y asà está cerca del dao.†“Nada hay en el mundo más blando y débil que el agua, mas nada le toma ventaja en vencer a lo recio y duro.†InsÃpida, acepta todos los sabores, incolora, todos los colores, refleja el cielo, refracta las piedras blancas de su lecho, disuelve o suspende los suelos y los minerales sobre los que fluye. El pulso de nuestro cuerpo es lÃquido, como lo son todos los pulsos vivientes. El agua disuelve la sal de la parábola en las Upanishads, cubre la tierra del Génesis y fluye por el paraÃso del Corán. Y el aleatorio rumor difuminado, el tumulto lumÃnico que estoy contemplando, es autor de más belleza incluso que la propia: los cirros y los cúmulos, el arco iris y los nubarrones, los estratos del crepúsculo, el indescriptible olor de las primeras lluvias en las planicies tostadas por el verano.
Vikram Seth. El lago del cielo‘,